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2 oct 2017

Batallas

Eran los escogidos del Rey y estaban encerrados todos en una casa. No querían salir porque las sombras de afuera los podían atacar. Siempre atacan de noche, no les gusta la luz.
Hay niños pequeños que no saben lo que pasa afuera y se les debe de enseñar a batallar contra las sombras, pero en realidad nadie está batallando, todos se se quedan siempre dentro de casa, con miedo y las sombras afuera siempre ideando planes para tentarlos a salir y llevárselos.
Un día, no tienen más remedio que salir, enfrentarse al mundo y no lo hacen todos juntos, sino que tienen que ir por separado, cada uno por un camino y todos están muy asustados y lloran constántemente con miedo. Parece que el único miedo que conocen las sombras es el de la música, cuando ponen música las sombras se marchan.


¿Cuántas veces sabemos lo que tenemos que hacer? ¿Y cuántas veces no lo hacemos porque tenemos miedo de esa batalla? La cuál podemos ganar o perder. ¿Cuántas veces hemos sabido que habíamos de dejar de escondernos y luchar? ¿cuántas cosas has perdido por no haber luchado por ellas? Cobardía, miedo, pereza, comodidad, resignación. Todo te puede parecer una buena excusa cuando sabemos que lo que es correcto de hacer puede provocarnos dolor. ¿Cuántas veces se nos olvida que somos hijos de un Rey dueño del ejército más poderoso que existe que ha ganado todas las batallas a través de la historia y se nos olvida solo porque: primero, no lo vemos y segundo, porque creemos que nuestro problema es más grande que todo su poder? ¿Por cuanto tiempo más vas a estar ahí dentro, viendo la batalla a través de tu ventana sin hacer nada, sin participar, sin obtener el premio de la lucha y perdiéndote en tu propia compasión y falsa debilidad? Hay batallas en las que tendremos apoyo, personas que nos presten su espada cuando la nuestra se rompa, un hombro en el que llorar, una palabra de ánimo. Y habrá batallas en las que solo estarás tú, solo tú en mitad del campo, rodeada de horribles gigantes sedientos por tu sangre, ansiosos por verte morir y entonces ¿qué harás entonces? ¿Huir? Nadie sabe todas las batallas que has perdido y el dolor que has sufrido, lo cansado que es luchar cuando nadie te apoya, cuando nadie te ayuda, cuando nadie te comprende, pero sigue siendo verdad que hay batallas que tendrás que luchar a solas y cuando el miedo y el dolor se apoderen de tus huesos y tus pies se queden pegados al terreno por puror terror inmovilizador, una vez más querrás abandonar. Cuando veas el avance de los gigantes sobre tu cabeza y creas que vas a morir, quizás y solo quizás te de por mirar hacia arriba y acordarte de que no estabas tan solo como creías.



Cierto día, Ella ha de ir a una gran reunión y allí ve su corona en una pared expuesta junto con otras, pero Ella reconoce la suya, porque es una de las Princesas, una de las hijas del Rey, coge la corona con cariño entre sus manos y comienza a llorar desconsoladamente, batallando por su indecisión de tomar el puesto junto a su padre y luchar contra todas esas sombras o seguir escondida en la cabaña para no luchar contra las sombras. Dos personas vienen a ella y le colocan la corona, declarando que era la princesa, que debe de tomar el puesto, pero ella no puede dejar de llorar desconsoladamente batallando contra sus indecisiones.

La corona, tu recompensa, siempre estuvo ahí, esperando a ser colocada sobre tu cabeza, brillando con las gemas y diamantes más hermosos del mundo, pero tienes demasiado miedo por el camino que has de cruzar para obtenerla. ¿Y si pierdo una mano? ¿o una pierna? La verdad es que las recomensas más hermosas de la vida nunca se consiguen del modo más fácil y curtirte en la batalla supone librar muchas de ellas antes de conseguir la corona, ser destrozado y herido muchas más veces y esperar en hospitales para recomponer huesos rotos durante mucho más tiempo. Pero nadie te dijo que por ser hijo del Rey la vida te daría flores, de hecho las flores que te tirarán por ser hijo del Rey tienen espinos y son los más puntiguados y afilados que jamás encontrarás en ninguna otra flor. No por ser el hijo del Rey se te dará todo más fácil y ser hijo del Rey conlleva muchas responsabilidades, muchas debilidades que fortalecer y difíciles decisiones que tomar. Nadie te dijo que ser hijo del Rey te haría quedar en casa como en vacaciones. En la casa del Rey no hay mayordomos, hay que trabajar y en tiempos de guerra, los reyes y príncipes van a la guerra y se colocan al frente, en el lugar más seguro de que te puedan dar, pero una vez más miras hacia arriba gritando ayuda. La ayuda está en camino y el campo preparado para derramar sangre. El ambiente cargado y tenso, con demasiado calor, con las ropas pegadas al cuerpo, nervioso y agitado sin saber por donde empezar, pensando que puede ser el error más grande que hayas cometido jamás, con el estómago revuelto queriendo vomitar y cada vez más seguro de que no ganarás. Ellos allí, no avanzan hacia a tí y la inquietud de no saber por qué están esperando poco a poco va destrozando tu compostura, pero se mantienen cambiando el peso de sus cuerpos flotantes inquietos y alegres imaginando las diferentes maneras de hacerte sufrir. Hambrientos por comer tus carnes y repartir tus ropas a suertes cuando acaben contigo.

De algún modo Ella se encuentra subida en la tarima del escenario, con su corona puesta, un micrófono en la mano y llorando y llorando con miedo porque las sombras habían entrado al lugar y amenzaban con atacarla. Sin saber otra cosa que hacer, comienza a cantar alabanzas al Rey y a danzar entre llantos. Las sombras se marchan, Ella va con su marido un poco más animada y con su corona puesta.



Dentro de tí toma posesión el valor que te hace falta y armado con tu armadura y con el rostro envuelto en lágrimas todavía por el miedo. No sabes como acabará la batalla, si seguirás en pie o no, no sabes el daño que te hará sufrir por días o por meses y el terror por lo desconocido te atormenta lo bastante como para estar al borde de la desesperación, pero eres un príncipe, te dices una y otra vez y habiendo calmado lo bastante tu espíritu desasegado, enjuagas tus ojos de lágrimas y decides andar un paso tras otro mientras te acercas a las sombras que amenazan con quitarte todo lo que tienes e incluso matarte si tu no los eleminas a ellos primero, pero enfocas tu visión borrosa por las lágrimas y descubres que el Rey está también allí, a unos pocos pasos por delante de tí avanzando contigo. No puedes retroceder lo andado, no ahora que estás allí y con el Rey por bandera, dando el primer paso y alzando su poderosa espada que va penetrando entre las sombras creando rayos de luz a su paso. Escuchas rujidos y truenos y observas como la espada del Rey rasga hasta el aire a su paso con voz de trueno dejándote camino libre para avanzar. A ambos lados del camino ves como las sombras caen, se desintegran al resplandor de las vestiduras del Rey y detrás de él, mientras el Rey elimina a los más fuertes,estás tú que avanzas con corage y envalentonado matando a los pocos que quedan en tu camino y avanzas y avanzas hasta que el campo de batalla queda vacío dándote cuenta al final de que sus sombras se alargaban temerosamente más de lo que en realidad ellas eran. Te miras tus propias ropas, rasgadas, con algún arañazo, dolorido en tus miembros, con la respiración agitada, sucio del polvo levantado, con tu armadura abollada, pero emocionado por la lucha compartida y escuchas un feroz rugir de voces que se levanta detrás tuya con tambores, panderetas, palmas, júbilo. No solo el Rey iba delante de tí, el resto de su ejército te cubría las espaldas y ya solo puedes caer a tierra con las rodillas ensangrentadas contra las duras rocas y clamar también en agradecimiento.


Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré?
Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?
Cuando se juntaron contra mí los malignos, mis angustiadores y mis enemigos,
Para comer mis carnes, ellos tropezaron y cayeron.
Aunque un ejército acampe contra mí,
No temerá mi corazón;
Aunque contra mí se levante guerra,
Yo estaré confiado.

~Salmos 27~




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